Comentario
La producción pictórica del Greco está integrada fundamentalmente por obras de tema religioso, ya que su principal clientela fue siempre la eclesiástica. El ambiente de intensa espiritualidad imperante en Toledo, capital religiosa de España y principal impulsora en el país de la doctrina contrarreformista, originó un gran número de encargos pictóricos destinados a redecorar los templos según la nueva ideología trentina. La Iglesia se convirtió así en el principal patrono de los artistas toledanos, quienes, al igual que El Greco, se vieron obligados a dedicar la mayor parte de sus trabajos a llevar a cabo esta labor. No obstante, el cretense también realizó diversos retratos de gran calidad, entre los cuales representó a algunos de sus amigos de los sectores cultos y eruditos de la ciudad, pero al no estar vinculado a ningún círculo cortesano, no tuvo demasiadas oportunidades de demostrar sus dotes en este campo.
La temática de su pintura está, pues, condicionada por su estancia y sus relaciones en Toledo, donde realizó casi toda su obra conocida. Sin embargo, cuando llegó a España tenía ya unos treinta y seis años y aunque durante su etapa italiana no alcanzó el éxito, es de suponer que allí pintara una serie de obras, la mayoría de las cuales hoy nos son desconocidas.
Los primeros trabajos admitidos como de su mano los realizó en Venecia. Allí debió de pintar el Tríptico de Módena (Módena, Galería Estense, hacia 1567), en el que representa por ambos lados seis temas evangélicos. La técnica cretense en la preparación de las tablas y en el uso del color y la inspiración claramente italiana en composiciones y figuras vinculan esta obra con los madonneri, grupo de pintores italo-bizantinos activos por entonces en Venecia y sus alrededores, con los que probablemente se relacionó el Greco en los primeros momentos de su llegada a Italia. La firma, "cheír
Domenikou" -de mano de Doménikos-, no convence a todos los especialistas para aceptar al cretense como autor de esta obra. Uno de los cuadros más importantes de esta etapa inicial es la Expulsión de los mercaderes del templo (Washington, National Gallery of Art, antes de 1570), porque en él deja atrás su formación bizantina demostrando una, rápida asimilación del arte veneciano, del que dependen los fondos arquitectónicos, la calidad del color, los modelos y la composición de la obra. A lo largo de su vida repitió este tema en varias ocasiones, siguiendo siempre el mismo esquema compositivo con escasas variaciones.
Durante su estancia en Roma pintó el cuadro Muchacho encendiendo una candela (Nápoles, Museo Capodimonte, 1570-1575), que perteneció a la colección de su protector el cardenal Farnesio. Los contrastes luminosos y el tratamiento sencillo e inmediato del modelo recuerdan el estilo de Jacopo Bassano, pero la elección del tema, que recrea una obra de la Antigüedad clásica siguiendo una fuente literaria, depende sin duda del palacio Farnesio. La pequeña tablita de la Anunciación del Museo del Prado (1570-1575) pertenece también a este momento. El profundo escenario arquitectónico y la valoración de la luz y del color son de carácter veneciano, pero las figuras poseen una densidad corpórea vinculada ya al estilo romano de la época. Esta última cualidad aparece acentuada en el lienzo de la Piedad (Nueva York, Hispanic Society, 1570-1575), que presenta una composición inspirada en el grupo escultórico de Florencia realizado por Miguel Angel. A pesar de las críticas vertidas por El Greco sobre este artista, su forma de concebir las figuras ejerció una innegable influencia sobre él, no sólo en su etapa romana sino también durante sus primeros años en España.
Tras su probable, e infructuoso, intento de entrar al servicio de Felipe II en la corte madrileña, el cretense -como apuntábamos antes- marchó a Toledo para realizar allí los primeros encargos importantes de su vida: los retablos de Santo Domingo el Antiguo y el cuadro de El Expolio de la sacristía de la catedral. Entre 1577 y 1579 permaneció en la ciudad llevando a cabo estos trabajos, que logró con toda probabilidad por la recomendación de su amigo Luis de Castilla a su padre Diego de Castilla, deán de la catedral toledana. Este era el encargado de ejecutar las últimas voluntades de una ilustre dama portuguesa, doña María de Silva, quien dejó sus bienes al convento de Santo Domingo el Antiguo para que se erigiera en él una iglesia. Para la decoración del templo, Castilla contrató al Greco, quien diseñó el retablo del altar mayor y los colaterales, además de ejecutar sus pinturas.
Un gran lienzo de la Asunción (The Art Institut of Chicago, 1577) centraba el conjunto principal y sobre él, en el ático, figuraba el cuadro de la Trinidad, hoy en el Museo del Prado. Para las calles laterales pintó, en el cuerpo inferior y a cada lado, a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, aún in situ, y sobre ellos, respectivamente, a San Bernardo (desaparecido) y a San Benito (Museo del Prado). En los altares laterales representó la Adoración de los Pastores (Santander, Colección Botín), y la Resurrección, que se conserva todavía en el mismo lugar. Todas estas obras son una clara muestra del estilo del Greco recién llegado a España, en el que se funden la monumentalidad y el sólido modelado miguelangelesco con la riqueza cromática y los contrastes luminosos de origen veneciano. La imagen de Cristo en la Trinidad evoca las poderosas anatomías del florentino y a la composición de la Asunción se la suele considerar como un homenaje a la gran obra de Tiziano para Santa María dei Frari.
Lógicamente el encargo de El Expolio también tuvo que proceder del deán Diego de Castilla. El cuadro se destinó al vestidor de la sacristía de la catedral toledana, siendo sin duda una de las primeras obras maestras del pintor. La composición, estructurada verticalmente según el gusto manierista, aparece dominada por la bellísima imagen de Cristo realzada por el brillante tono rojo del manto que la envuelve. El dramatismo del momento se ve acentuado por el restringido espacio en el que se agolpan las figuras, cuyos rostros convulsos, deformados hasta la caricatura, contrastan con la actitud serena y el gesto resignado de Cristo. Discrepancias en la tasación de la obra y ciertas críticas en la representación del tema por la aparición de las tres Marías, no citadas en los Evangelios, y también porque varias cabezas sobrepasan la de Jesús, llevaron al Greco a una larga disputa con los representantes de la catedral, de quien ya no obtuvo más encargos en toda su vida. Quizás este enfrentamiento y sus consecuencias no le importaron demasiado en aquellos momentos al Greco, porque su intención no debía ser la de quedarse en Toledo sino la de trabajar para Felipe II.
Con este fin pintó, según algunos especialistas hacia 1579, la Alegoría de la Santa Liga (El sueño de Felipe II), que hoy se conserva en el monasterio de El Escorial, quizá como homenaje a don Juan de Austria, fallecido en 1578 e inhumado en la fundación filipense el año siguiente. Sin embargo, otras opiniones fechan el cuadro hacia 1577, suponiendo que fue realizado en Madrid tras su llegada de Italia. Se desconoce si fue un encargo real o un regalo al monarca para mostrarle sus aptitudes. La iconografía de la obra es compleja, pero en general se admite que se trata de una alegoría sobre la victoria de la Santa Liga en Lepanto. Los protagonistas de la alianza aparecen en primer término en la zona inferior, mientras que en las alturas unos coros angélicos adoran el nombre de Jesús. Las fuentes medievales de la formación del Greco emergen en la representación del infierno, como un monstruo de enormes fauces abiertas, el purgatorio y la Iglesia militante, definida al fondo por una serie de cabezas superpuestas. Pero la fluidez de la técnica, la riqueza del cromatismo y, sobre todo, el carácter visionario con el que el cretense concibe la escena evidencian ya el estilo personal e imaginativo que predominará en su madurez.